Durante
el crecimiento, el ser humano se ve obligado a aprender a gestionar
sus emociones. La actitud que, de niños, aprendamos a emplear para
afrontar las diversas circunstancias de la vida, nos acompañará
durante nuestro proceso madurativo, moldeando nuestra posterior
personalidad adulta. Entre estas emociones, la frustración es quizá
una de las más difíciles de sobrellevar. Abandonar el ego es una
tarea ardua que requiere de un gran esfuerzo y paciencia, ya que de
otro modo, conduce al odio, la ira y otros sentimientos negativos...
Como
dice Alejandro Jodorowsky, “La
frustración está provocada por una sociedad que nos pide ser lo que
no somos y nos culpa de ser lo que somos”.
Enseñemos
al niño a aprender a tolerar la frustración, entendiendo el fracaso
como el punto de partida para un nuevo aprendizaje y como catapulta
hacia el éxito, que no es sino el empeño por seguir adelante... una
sensación interior, personal e intransferible que poco tiene que ver
con la sociedad que nos juzga.
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